pero rápidamente se esparcieron por la piel,
primero el el verde pintó los ojos
haciendo que creciera hierva viva dentro de ellos,
de sus ojos crecían verdes hojas y finas enredaderas que atrapaban a cualquiera,
quizo hacerle una reverencia a los hermosos labios que resaltaban en su rostro,
así que elegió el rojo más sutil y s e d u c t o r que encontró dentro de la acuarela,
no quedó conforme, no le hacía honor a su boca, mezcló los colores más cálidos,
creando un color que no existía en su imaginación, dando vida a unos labios palpitantes que lo hipnotizaban. Poco a poco iba siendo seducido por su propia creación.
Aún faltaba algo, su piel inmutable permanecía como muerta ante la viveza de sus ojos,
así que escogió el tono más delicado y fino, su piel parecía erguirse ante el roze del pintor,
Él fue dibujando sus cabellos uno a uno, los cuales caían atrevidos sobres los hombros desnudos,
los cabellos rebeldes le daban un aspecto entre inocente y salvaje,
lo cual expresaba profundamente la personalidad de la musa,
Su cabello negro la hacía verse decidida, no quizo que fuese rubia, ni colorina,
quizo que su cabello se fundiera con sus pupilas,
no podía dejar de dibujarla, le parecía un crimen dejarla a medias,
como un cuerpo discapacitado,
algo demasiado indigno para tal belleza, que para él, era fuera de este mundo,
fuera de su obra, jamás conocería mujer igual,
los colores exactos creaban una gamma hipnotizante,
los colores se fundían e increíblemente formaban una aroma,
como si la pintura quisiera transmitir hermosura en todos los sentidos,
como si no le bastase embellecer con la mirada,
su piel no era estéril, parecir cobrar movimientos,
y sus ojos llevaban el brillo de una estrella fugaz,
sus dedos parecían acariciar,
y sus labios entreabiertos invitaban al pecado,
el espejismo de su apariencia a veces se tornaba siniestra,
atrapaba a cualquiera durante horas,
no existía manera de no dejarse arrastrar por su belleza,
su fino cuello despegaba aroma a rosas que podía ser percibido con un simple vistazo,
y su cabello parecía moverse con la energía del viento.
Su belleza no es de este mundo, repetía una y otra vez,
se desesperaba con la idea imposible de encontrarla,
nunca encontraría el color de sus labios, el brillo de sus ojos,
nunca encontraria el perfume de su cuello,
gritaba cada vez más fuerte: No, no es, no es de este mundo,
ella no es, no es.
Yo seré del suyo. Concluyó.