El grito desenfrenado.
La viveza que se escapa de su mirada.
Esa euforia que desborda su presencia.
Aquellos arranques de demencia que hacían el suelo estallar.
Las cenizas regadas por todo el salón se mezclaban con los pedazos de vidrio y sangre que estaban el suelo. Y volaban, se reían de el.
Disfrutaba verlo sin límites, sin r e p a r o s.
La sed que le abrazaba se hacía profunda, inagotable.
Y los gritos/aullidos comenzaron a brotar. Mis tímpanos volaban, se fundían.
Se sentía único, inmortal. Y en ese momento lo era.
Era un desafío, un capricho. Un pecado exquisito.
El revivir sensaciones pasadas, el retorcer el vientre. El titubeo al hablar, las ansias, el deseo.
La necesidad de materializar las fantasías latentes. Surgía.
El sonido de fondo, nuestro cómplice. Los demás cuerpos desaparecían de a poco, se ___________________________e s f u m a b a n.
El eco de la habitación sólo imploraba una cosa. Ambos sabíamos bien.
La cercanía, el baile, el licor que descendía de nuestras gargantas.
El humo tras la boca.
La excitación. La fuente de erotismo. Lo prohibido.
Esa iniciativa impura.
El roce imperceptible se confundía entre risas.
Una diversión, un reto en la noche de desquicio. Los viernes de traición.
Eramos los únicos.
Entre esos besos locos, entre cigarros y música. Nos mimetizamos.
Nos envolvimos, como un juego. Sabíamos bien que santos no somos.
No existía control, todo era permitido. Los tapujos y pudores se olvidaron de nosotros.
La conciencia se durmió.
Ebrios de locura. La noche de desquicio.
Sábado.
El espacio que quedaba entre su cuerpo y mi mente parecía abismal. Tétrico.
Ni rastros de los susurros al oído.
La espera se hacía eterna y llamaba a la decepción.
La desilusión, el desencanto. La sobriedad.
Su lejanía me absorbía. Sucia y sola bajo su voz____________ s e c a.
Las copas llenas, la revancha.
La nueva osadía. La invitación de víbora. El veneno en los colmillos.
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